- No podemos dejar de reconocer los avances revolucionarios o simplemente democráticos y sociales, siempre que se demuestre que estos avances chocan con los intereses del capitalismo imperialista, que es quien pretende adueñarse del mundo a través de la sumisión y colaboración activa de los gobiernos locales del llamado tercer mundo. Debemos respetar los procesos defendidos mayoritariamente por los pueblos oprimidos, sin dejar de trabajar por nuestro proyecto. Reconocer no significa aceptar sumisamente ni quedarse de brazos cruzados. Eso sí, tampoco podemos olvidar que no actuamos en el vacío, sino en una coyuntura inestable en la que el imperialismo yanki y en un segundo plano el europeo, realizan un permanente trabajo de acoso con todos los recursos de desestabilización a su alcance, que no son pocos.
- El indispensable aporte anarquista pasa por plantear que la lucha antiimperialista es absolutamente necesaria pero insuficiente, que además de ella, es la autoorganización popular quien debe asumir la gestión de la economía y la sociedad y no el Estado, que debe debilitarse hasta desaparecer durante el mismo proceso de lucha revolucionaria de masas.
- La participación en los movimientos revolucionarios en ningún caso debe ser acrítica, en ese caso el anarquismo perdería su potencial liberador. Debe impulsar la máxima descentralización, la máxima participación popular y la mínima delegación.
Es decir, quedarnos en la posición de criticar a Cuba y a Venezuela tachándolas de “dictaduras camufladas” no sólo dice muy poco del anarquismo a ojos de muchos simpatizantes, además es un error. Lo primero es reconocer el valor del antiimperialismo en un continente sometido política y económicamente por EEUU a sangre y fuego. La UE quiere su parte y trabaja activamente por lograrlo con el Estado español de punta de lanza: la pasada cumbre de Salamanca es una clara muestra de ello.
No podemos ignorar el avance que para toda la humanidad supone cuestionar en la práctica que el capitalismo no es “la menos mala de las soluciones” ni “el único sistema posible” con el desarrollo de una economía y una cultura socialista en Cuba y sus tímidos avances en Venezuela. Y es que aquí no estamos hablando en el plano de las ideas puras. Estamos hablando, en el caso de Cuba, de un pueblo culto, donde no les falta el pan cada día en la mesa, donde la atención médica (desde la clínica barrial hasta el dentista) y la educación (desde el jardín de infancia hasta la universidad), son gratuitas. Donde los que aquí entendemos por diputados municipales (que en la mayoría de los casos no conocemos o a lo sumo oímos hablar por la televisión), allí rinden cuenta a la población de la gestión política local y nacional, barrio a barrio y manzana a manzana, cada seis meses en asambleas vecinales abiertas. Quien firma este texto ha participado en ellas más de una vez, comprobando con sus propios ojos que cuando hablamos de Cuba, hablamos de un país donde el estado tiene estructuras de poder que ya han desaparecido y donde no rige la lógica del máximo beneficio económico en la mayoría de los pilares fundamentales que sostienen el modelo social. Si esto no fuera así, entre otras cosas Cuba no podría hacer frente con éxito a los destructivos huracanes caribeños. La gente moriría a puñados en la primera ráfaga de viento, desorganizada e incluso enfrentada entre sí, como ocurre en EEUU y en los países centroamericanos.
Esto no significa que debamos dejar de luchar contra las estructuras del Estado que aún se mantienen en pie, todo lo contrario. Pero no empobrezcamos el análisis. Una sanidad desmercantilizada salva vidas y garantiza una población sana. Una educación desmercantilizada enriquece culturalmente y garantiza el derecho al conocimiento. Si los anarquistas no tenemos esto en consideración cuando elaboramos nuestra crítica a Cuba, jamás podremos situarnos correctamente en el escenario de la lucha por la transformación social radical y global. Y de la misma manera, si abandonamos la lucha por la desaparición total del estado cubano, entonces estaremos traicionando nuestros ideales.
Y en el caso de Venezuela, si bien hasta el momento no podemos hablar más que de un “debilitamiento del capitalismo”, tampoco podemos quedarnos al margen de todo el llamado “proceso revolucionario bolivariano”. Hay obreros que siguen luchando por mejoras laborales y con ellos debemos estar, al igual que con los campesinos que luchan por sus tierras frente a la lentitud del burocrático “estado chavista”. Pero en ningún caso podemos pasar por alto las reformas (en algunos casos en paralelo al estado, por su incompetencia) en el ámbito de la educación, la sanidad y la alimentación. Estas medidas son contrarias al actual desarrollo del capitalismo y mientras en todo el mundo las sociedades caminan hacia la catástrofe humana y social, en Venezuela los niños empiezan a comer, a leer y a escribir, a recibir atención médica.
A día de hoy es ridículo plantear que existe algún tipo de “socialismo” en Venezuela, sólo la socialdemocracia más reaccionaria puede lanzar tal afirmación. Pero no podemos impulsar la lucha contra el estado venezolano dándole la espalda a los amplios sectores empobrecidos que se están autoorganizando, que trabajan para convertir el proceso bolivariano socialdemócrata en un proceso verdaderamente revolucionario, que sin duda en su mayoría están con Chávez (¡ojo! no con el sector chavista estatal y burocrático) y que ya demostraron que darán la vida por defender este proceso "bolivariano" abierto cuando el imperialismo orquestó un golpe militar en abril del 2002, frustrado en buena medida por los pobres organizados.
Reivindicamos a los pueblos cubano y venezolano y no a sus estados, pero no podemos estar al margen de los procesos que se están dando, en los cuales de una forma u otra participa efectivamente el pueblo. Desde nuestros planteamientos específicamente libertarios, debemos denunciar el acoso imperialista, saludar las medidas que mejoran las condiciones de vida de la población, pero también impulsar, con total decisión, la profundización y radicalización de los procesos.
Desde aquí se deben criticar con contundencia aquellas políticas que no impulsen la descentralización, la participación popular, el debilitamiento del Estado y que el pueblo organizado asuma las tareas necesarias para la vida. En ese camino debemos trabajar para construir alternativas anarquistas que acompañen el fortalecimiento de la lucha de los pueblos oprimidos. Decir que en Cuba y Venezuela existen “dictaduras” sobre la base teórica de que aún los Estados de estos países no han desaparecido por completo, nos lleva al inmovilismo. La desesperación de los pueblos no puede esperar. El comunismo libertario es la única salida.
POR LA RADICALIZACIÓN DE LOS PROCESOS ANTIIMPERIALISTAS HACIA EL COMUNISMO LIBERTARIO
ANARQUÍA O BARBARIE
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