Seamos todos Cité Soleil
ALAI AMLATINA, 26/02/2007, Montevideo.- En menos de dos años las tropas
de la MINUSTAH (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de
Haití) provocaron tres masacres en Cité Soleil, barrio periférico de
Puerto Príncipe. Según innumerables testimonios, escasamente difundidos
por los medios comerciales, las fuerzas de ocupación ingresan en
blindados al barrio más pobre de la pobrísima isla apoyados por
helicópteros artillados. Por lo menos en dos ocasiones, el 6 de julio de
2005 y el 22 de diciembre pasado, dispararon sobre la población
desarmada provocando decenas de muertos. Muchos murieron en sus
precarias viviendas donde se habían refugiado de los cascos azules.
Según el premio Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, sólo en el
primer año de despliegue de la Misión (instalada en junio de 2004)
murieron 1.200 personas por actos de violencia.
Llama la atención que las izquierdas latinoamericanas –que con justeza
denuncian las guerras imperiales en Irak y Afganistán- no estén haciendo
lo mismo con el genocidio que se está produciendo en Haití. Que las
tropas de la ONU estén integradas mayoritariamente por países que
ostentan gobiernos progresistas y de izquierda, que aportan más del 40%
de los siete mil soldados y oficiales, y sea comandada por el Brasil de
Lula, debería ser un motivo adicional para mantener una activa
solidaridad con el pueblo haitiano. Los motivos que se aducen para
enviar tropas a la isla no son de recibo. El principal argumento es
contribuir a la pacificación y asentar la democracia, para lo que sería
necesario desarmar y desarticular a los “bandidos” y narcotraficantes.
Como si esas cuestiones pudieran resolverse por la vía militar. Dos años
y medio después de instalada, la MINUSTAH no ha conseguido ni lo uno ni
lo otro. Más de cien mil manifestantes reclamaron el pasado 7 de febrero
la retirada de la misión y el retorno del presidente legítimo Jean
Bertrand Aristide, pese a lo cual la ONU está decidida a prolongar la
permanencia de los cascos azules.
Para Brasil, el país más empeñado en el despliegue de sus soldados en
Haití, se trata de alcanzar suficiente proyección internacional que le
permita conseguir el ansiado asiento permanente en el Consejo de
Seguridad de la ONU. Algunos analistas sostienen que la MINUSTAH puede
ser un banco de pruebas de la futura “OTAN latinoamericana” que
promueven varios gobiernos de la región (La Jornada, 2 de diciembre de
2006). En paralelo, desde una posición antimperialista hay quienes
consideran que la participación de las fuerzas armadas de Argentina,
Brasil, Chile, Bolivia y Uruguay es una forma de poner límites al
expansionismo yanki en la región.
En todo caso, las izquierdas del continente han producido un viraje
radical sin debate y con el sólo argumento de que ahora son gobierno. Es
lo que sucedió en Uruguay, país que aporta 750 soldados, el más
comprometido desde el lado cuantitativo en relación a su población. Lo
que en julio de 2004, cuando se creó la MINUSTAH, era hacerle el juego
al imperio, un año después se convirtió en una actitud razonable para
democratizar Haití. De ese modo, el parlamento uruguayo votó un
importante aumento del contingente militar que la derecha en el gobierno
había decidido enviar un año antes. Por lamentable que parezca, sólo un
diputado en más de 50 se atrevió a levantar la voz contra un cambio de
posición que se llevó por delante principios sin la menor consulta a las
bases del Frente Amplio. Los debates en Brasil, Argentina y Chile fueron
más escasos aún. En Bolivia, Evo Morales bloqueó cualquier intento de
debatir el tema según el ex ministro Andrés Soliz Rada.
Sin embargo, lo que está en juego es mucho más que cuestiones de
principios. Es cierto que los gobiernos de izquierda no deben
comprometerse con el envío de tropas a otros países y menos aún en la
flagrante violación de los derechos humanos, que en Haití tiene rasgos
de genocidio contra los pobres. En efecto, es en los barrios más pobres
de la periferia urbana de Puerto Príncipe, esos sitios que Mike Davis
sostiene que son “el nuevo escenario geopolítico decisivo”, donde los
cascos azules están actuando con mayor rigor. Brian Concannon, director
del Instituto para la Democracia y la Justicia en Haití, sostiene que
“es difícil no advertir una relación entre las grandes manifestaciones
ocurridas en Cité Soleil y los barrios que la ONU ha seleccionado para
realizar extensas operaciones militares”.
De lo que se trata es de una guerra contra los pobres encabezada por
gobiernos que se dicen afines a los pobres. Existe una estrecha relación
entre las actividades de nuestros soldados en los barrios pobres de
Haití y la militarización de las favelas y los barrios pobres de las
grandes ciudades sudamericanas. El diputado brasileño Marcelo Freixo
sostiene que “las favelas constituyen el espacio ocupado por el enemigo
público, un espacio de ausencia de derechos que viene a representar el
desorden, la inseguridad, a tal punto que se ha llegado a colocar un
tanque de guerra apuntando contra una comunidad”. Una política de
seguridad que sustituye la ampliación de derechos a los jóvenes negros
pobres que habitan las favelas. En ese sentido, la MINUSTAH actúa igual
que el ejército brasileño en las favelas: criminalizando a los pobres.
Un siglo atrás la socialdemocracia alemana cruzó el Rubicón al apoyar la
colonización del tercer mundo y la guerra imperialista de 1914. Esa
actitud hacia la política externa alcanzó su correlato doméstico en la
represión al movimiento obrero que tuvo en los asesinatos de Rosa
Luxemburgo y Karl Liebknecht su costado más escandaloso. Una izquierda
manchada con sangre de los de abajo deja de ser izquierda. La
solidaridad con la machacada población de Cité Soleil es urgente pero, a
la vez, la mejor forma de defendernos de los abusos que tienen en la
guerra contra los pobres quizá el flanco más ignominioso de las
gobernabilidades progresistas y de izquierda.
Raúl Zibechi
Fuente: http://alainet.org
Mayor información ver:
http://colombia.indymedia.org/news/2007/02/57183.php
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